viernes, 4 de diciembre de 2009

Acerca de la religión

“Basta que la doctrina de la repetición circular sea probable o posible.
La imagen de una mera posibilidad nos puede estremecer o rehacer.
¡Cuánto no ha obrado la posibilidad de las penas eternas!”
Jorge Luis Borges


Las sociedades modernas siguen debatiéndose aún hoy entre la libertad de conciencia y el fanatismo religioso. Hay países, como Irán, que ya se han convertido en estados teocráticos. Otros, como España, hace más de 30 años se debate entre la libertad y el adoctrinamiento; por el momento en las escuelas sigue la religión adoctrinando niños, y la iglesia católica tiene un papel protagónico en la vida política del estado.
Por su parte, el país más poderoso de la tierra, EEUU, devendrá inexorablemente en un estado teocrático, en tanto su sociedad está cada día más radicalizada. Un documental, llamado "Jesus camp", nos ilustra con toda crudeza acerca de esto. A poco de empezar a verlo es inevitable establecer comparaciones, sobre todo parecidos, de estos campos de adoctrinamiento con aquellos donde se adoctrinan los mártires del Islam que a tantos horroriza cuando los muestran por televisión.

La inefable protagonista, presa de su pasión, no puede evitar confesar que si viviéramos en el reino de su dios, Harry Potter sería condenado a muerte por hereje, y acto seguido, que cree en la democracia pero también que ésta se derrumbará porque exige darle libertad a todos por igual.
Estas contardicciones, por llamarlas de algún modo, y muchas otras a las que cualquier religioso militante terminará adhiriendo en un momento de euforia, me dejan claro qué me separa a mí de ella; evidencian lo que nos separa a quienes nos definimos como racionales, como defensores convencidos de la libertad de opinión y el libre albedrío, y un miliciano de cualquier religión: yo no comparto lo que creen, pero acepto sin condiciones que vivan como creen, en cambio ellos no sólo no comparten mis convicciones, desean ferviente y apasionadamente imponerme las suyas, y no vacilarán en hacerlo a sangre y fuego.





A menudo escucho personas asegurar que la fuerza de las creencias religiosas en un ser humano es directamente proporcional a su ignorancia. Vaya simplificación de un tema tan complejo además de tan profundamente humano, abreviación que ignora dicho sea de paso, el hecho de que las bases de todas las creencias religiosas fueron desarrolladas por personas con niveles de instrucción altos, que interpretaron, y es cierto -e inevitable- que manipularon los hechos de la historia y los datos de la realidad para fundamentar sus afirmaciones, pero que indudablemente poseían no solamente educación sino que también información.

Naturalmente que la ignorancia influye en algunos comportamientos casi surrealistas de gentes dispuestas a creer en la santidad del Papa, recurrir a un manosanta ante problemas espirituales, físicos, familiares y hasta laborales, o como los de este documental que nos alerta hacia dónde camina la sociedad estadounidense. Sin embargo esta conducta no es exclusiva de personas con bajos niveles de instrucción, toda vez que la observamos muy frecuentemente en personas instruidas.

Honestamente no creo que sólo el desconocimiento de los procesos históricos o de los basamentos científicos, sea la razón de estas creencias. Me parece más probable que esta actitud irracional no está tan basada en la ignorancia como sí en el temor a enfrentarse con la vida sin la seguridad que nos confiere la posesión de un dogma totalizador.

Enfrentarnos a la finitud de la existencia humana sin la tranquilidad que nos proporciona la seguridad de la continuación de la vida en un paradisiaco cielo, pletórico de paz y armonía, es cuanto menos traumático.



Es un camino extremadamente duro el que recorren aquellos que se animan a cuestionarse la razonabilidad de sus creencias religiosas, no librado de conflictos ni de sufrimiento espiritual. Es seguramente una muy mala noticia la que reciben aquellos que se arriesgan a recorrer el camino de la razón y se enfrentan a la posibilidad de que no exista un plan maestro que los premie con la felicidad eterna si se portan bien.

Entre tanto, es demoledor el sentimiento de frustración que se siente ante el final de un debate con religiosos militantes, ya que es casi inevitable la demonización del que piensa diferente, y cuanto más sólidos los argumentos del otro, más decididamente aparece la malicia en las palabras del diferente.

Me resulta inevitable trasladar esta actitud a otros temas sobre los que los humanos debatimos; que sino esto es lo que sienten muchos militantes políticos ante el dicenso de los otros. No puedo eludir pensar que así como resulta más fácil refugiarse en el dogmatismo de una religión, también lo es refugiarse en el dogmatismo de un partido político.
A menudo nos pasa que nos resistimos a aceptar los errores que cometen aquellos dirigentes en los que confiamos, tal vez porque nos resulte más cómodo dejarle a aquel la decisión sobre que esta bien y que mal. Siempre resulta el camino más corto atribuir a la ignorancia o a la idiotez del otro que no vea la realidad como nosotros, así como el más tortuoso es analizar hasta dónde se equivoca, y aceptar la posibilidad de ser nosotros los errados.

Se me ocurren productos de los mismos miedos estas parecidas actitudes sobre temas que a primera vista podrían parecer diferentes, se me antojan generadas por las mismas inseguridades y por las mismas ansiedades.

A esta altura de los acontecimientos, después de miles de años de historia registrada e imaginada, a la luz de la realidad de nuestro planeta, les confieso con más tristeza espiritual que alegría intelectual, que si alguien pudiese demostrarme la existencia de Dios, inclusive si fuese el mismo Dios quien se presentase ante mí a revelárseme, seguramente yo me enrolaría igual en la oposición. Nunca aceptaría militar en el bando de alguien que haya creado este mundo con todo lo que contiene, rebosante de belleza humana y natural, pero también pletórico de injusticias e imperfecciones, donde cantidades vergonzantes de niños se mueren de manera infame por causas absolutamente evitables, por acción u omisión de su creador.

Y no me digan que si fuese cierto que Dios es más real que las matemáticas, esta entidad no tiene responsabilidad por los actos del ser humano, porque en ese caso éste sería su creador y como tal, responsable de lo que su creación haga. ¿O no le exigimos acaso a un ministro de gobierno responsabilidad por las acciones de sus dirigidos?
A menos que fuese posible aceptar que esta entidad es capaz de equivocarse, en cuyo caso nos encontramos con la ausencia de perfección, cuando éste debería ser su principal atributo. Por lo que con absoluta honestidad les digo que preferiría que los que afirman su inexistencia estén en lo cierto, ya que de no tener razón estos, estaríamos en manos de un ser que, o se equivoca involuntaria o deliberadamente.

Digo esto aun reconociendo que desde el comienzo de nuestra actitud gregaria actual a esta parte, hemos mejorado en muchos aspectos y hemos sido capaces de las más hermosas y nobles actitudes y creaciones. Pero estos signos positivos se deben exclusivamente al avance de la racionalidad sobre el misticismo, al dominio de nuestro cerebro superior sobre nuestro sistema límbico. En definitiva, al esfuerzo del ser humano por ser mas homo sapiens sapiens venciendo sus instintos homínidos.







Fue publicado en El diario de Gualeguay

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