viernes, 25 de diciembre de 2009

Fútbol demente

“Mi infancia son recuerdos de un patio con gravilla. Gritos desaforados. Mucho viento.
La inminencia de un timbre. Los zapatos demasiado justos. Y algo más. Qué.
Una pelota. De plástico anaranjado, o de cuero muy frágil, casi descosida.”
Andrés Neuman

- "¿Cómo explicaría usted a un niño lo que es la felicidad?"
- "No se la explicaría – respondió la teóloga alemana Dorothee Solle-.
Le tiraría una pelota para que jugara…"




Sobre el fútbol suelen opinar, los que no lo entienden, que es un juego inútil.
No son, afortunadamente, las únicas opiniones emitidas sobre tan noble actividad del ser humano, en tanto gregario.
Repasemos algunas que aparentan tener entidad:


Albert Camus sentenció que "La pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida... Lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". A la pelota se le debe, entonces, El mito de Sísifo, Los justos y La peste.

“El fútbol es una metáfora de la vida” afirmaba el filósofo existencialista Jean Paul Sartre.

“La vida es una metáfora del fútbol”, le corregía el filósofo italiano Sergio Givone.

Antonio Gramsci reconocía categórico, pese a aclarar que la esencia del calcio estaba corrompida por la lógica del capitalismo, que “El fútbol es un reino de la libertad humana ejercido al aire libre.”


"Los verdaderos equipos no son aquellos que invierten más, sino aquellos que logran un trabajo de conjunto, donde los jugadores ponen todo su talento para ganar, por eso digo que uno de los compromisos del aficionado es no dejarse llevar por lo que oyen, sino por lo que ven". Nos aconseja con sabiduría el gran escritor mexicano Juan Villoro.



Es probable que la potencia de la poesía sobre el fútbol, que la pasión de los poetas, escritores e intelectuales por este juego, provenga de la maravillosa posibilidad de cantarle a los pocos momentos de gloria de los eternos perdedores que este juego impar nos ofrece, con una contundencia y claridad difícil de empardar.
Y, qué otra cosa es nuestra vida más que un continuo perder añorando nuestros brevísimos momentos de gloria.



Poema escrito por Humberto Costantini cuando Estudiantes de La Plata ganó la Copa Intercontinental ante el Manchester United.

Porteño y de Estudiantes

Uno vivió humillado y ofendido,
se sintió negro, paria,
risible minoría,
adventista, croata,
o bicho raro.

Uno aguantó silencios,
miradas bocayunior,
sonrisas riverplei
y condolencias

Uno sufrió, mintió,
dijo no es nada,
se congeló el amor en un descenso,
honestamente quiso sacudir su carga.

Uno debió explicar con voz de tío
que había una vez un Lauri,
y había un Guaita,
y había una delantera,
y había un sueño dragón y una princesa
y había un rey Estudiantes de La Plata

Uno dejó colgada durante veinte años
la foto de Zozaya,
porque sí, porque bueno, por costumbre,
porque le daba no sé qué sacarla.
Y un dia la sacó
como se sacan
los relojes viejos,
el diploma de sexto,
o las nostalgias
(estaba desteñida y amarilla,
y en la pared quedó como una marca
o un fantasma)

Uno se fue,
se rechifló del fútbol,
por despecho
se volvio criticón y sociológico;
se dedicó al latín, al mus, a la política,
al ajedrez, al sánscrito, a la siesta,
a la literatura, a Bethoveen,
o simplemente a nada.

Y se indignó
y habló del opio de los pueblos
y la revolución
que se vacía en el vicio de las canchas.

Y aguantó como un hombre,
y vio a su hijo colgar la foto de Rattin
(justo en aquella marca)
y lo vio bostezar
de tanto cuento viejo y tanto Lauri,
tanta caperucita y príncipe encantado
y tanto rey Estudiantes de La Planta

Uno vivió humillado y ofendido,
se sintió negro, paria,
risible minoría,
adventista o croata
Entonces,
¿se dan cuenta
por qué ando así,
bastante bien últimamente,
con sonrisa de obispo
y con dos alas?



Poema escrito por Rafael Alberti, dedicado al arquero húngaro Franz Platko quien atajando para el Racing de Santander frente a la Real Sociedad en la final de la Copa de España de 1928, recibe un fuerte golpe en la cabeza, pese a lo cual, completa uno de los mejores partidos de su carrera, coronado con un aparatoso vendaje.

Al gran oso rubio de Hungría

Ni el mar,
Que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia, ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
Rubio Platko de sangre,
Guardameta en polvo,
Pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie,
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
Rubio Platko tronchado,
Tigre ardiente en la hierba de otro país,
¡ Tú, llave, Platko, tú llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie,
Nadie se olvida, Platko
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No, nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana
mando el aire en las venas
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin
plumas, encalaron la hierba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
!Y todo por ti Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie, se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
!Oh Platko, Platko, Platko
tú tan lejos de Hungría!
¿Que mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no nadie, nadie, nadie.



Dedicado a un arquero también fue el poema escrito por Miguel Hernández.

A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela.
Elegía al guardameta

Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?
En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.
Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.
Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.
Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.
Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.
Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.
Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.
Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.
Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.
Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.
Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.
¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.
Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.
Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.
A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.
El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.



Mario Benedetti le dedicó este conmovedor poema al Maradona que intenta sin éxito gambetear al dios, pretendiendo ser hombre.

Hoy Tu Tiempo Es Real

Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.
Tu edad de otras edades se alimenta
No importa lo que digan los espejos
Tus ojos todavía no están viejos
Y miran, sin mirar, más de la cuenta
Tu esperanza ya sabe su tamaño
Y por eso no habrá quien la destruya
Ya no te sentirás solo ni extraño.
Vida tuya tendrás y muerte tuya
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.



Y, naturalmente, también el árbitro también tiene su página gracias a la pluma de Eduardo Galeano, quien se acordó de rescatar, quién más, a un oficio muy poco agradecido.

“El arbitro es arbitrario por definición. Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.
Los Jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera. Solo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón s persigna antes de entrar, no bien se asoma ante la multitud que ruge.
Su trabajo consiste en hacerse odiar. Unica unanimidad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamas lo aplauden.
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro esta obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia se le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo todo el público recuerda su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si el no existiera. Cuanto más lo odian, mas lo necesitan.
Durante más de un siglo el árbitro se vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores.


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