martes, 12 de abril de 2011

La confusión de la infamia y la muerte

Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.

Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.

Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.

El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.



"Juan López y John Ward", de Jorge Luis Borges.




Nunca tendré claro los motivos, seguramente pensados en primera persona, de los hijos de re-mil puta que se inventaron una guerra tan inútil, pero lo que es cierto, es que hasta el 1 de abril del '82 las islas estaban casi dentro de Argentina, pero desde ese 2 de abril, se han alejado miles de kilómetros.
Aún así, todo mi aguante a los pibes que allá estuvieron, los que volvieron y los que se quedaron, entre los que por suerte, y por escasos milímetros, yo no estuve...





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