jueves, 6 de octubre de 2011

La otra muerte

La palmó Steve Jobs, y fue la noticia del día en todos los medios de comunicación.
En las redes sociales miríadas de personas han comentado este hecho con emoción, algunos incluso desde el más absoluto desconocimiento, otros impostando sentimientos de ocasión.

Hay que decir que su personalidad era controvertida, y como a tantos otros genios -no me interesa debatir si le corresponde o no la categoría, digamos que sí- se lo amó y se lo odió. Se lo respetó como a un guía espiritual, o se lo despreció como un mercenario. La locura es tal, que hoy hay gente en EE.UU. dejando ofrendas florales en las tiendas de Apple, quizá como una metáfora de los estertores del capitalismo tal y como hoy lo vivimos.

En lo personal, yo me quedo con su genialidad. Hubo una época en que sólo aceptaba como válido el cambio definitivo, y despreciaba por inútil todo lo que no sea perfecto en su concreción y en su filosofía.
Hoy que entendí que el cambio está en las pequeñas cosas, creo que respeto un poco más a los que intentan cambiar su pequeña porción de mundo...




De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a quien prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿Quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifonte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias,
una que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son los que me ha querido y olvidado;
espacio, tiempo y Borges ya me dejan.

Límites - Jorge Luis Borges

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