viernes, 12 de octubre de 2012

Al fin emprendo el viaje verdadero

Cuando camino por el centro de Buenos Aires, me es imposible evitar que los recuerdos de un infausto pasado me salgan al paso.
No puedo evitar que me agobien las imágenes de aquellos años tristes, que algunos recuerdan con extraña nostalgia.


Es inevitable recordar los cuatro años de recesión, los números que conformaban aquellas estadísticas menos repudiadas, las caras de la desesperación, aquellas consignas cargadas de emotividad pero vacías de sentido, las miradas de la resignación, las patas sucias sobre el asfalto, la irracionalidad llenando las portadas y las pantallas.


Lo bueno de estos malos momentos que me asaltan intempestivos, es que al final comprendo que son recuerdos, y que por ahora, la mayoría de los argentinos no deseamos volver a exponernos a ellos.


Algunos no saben muy bien cuál es el camino hacia adelante (quizá sea yo uno de ellos), sería necesario que al menos acordemos cuál es el camino de regreso, y clausurarlo...




Entonces yo envidiaba, melancólicamente, a aquellos que se iban de verdad, en navíos de gordas chimeneas y casco reluciente, no en viajes ilusorios como los viajes míos.
Y hoy, que quizás es tarde, con los cabellos grises, emprendo, como tantos, el viaje verdadero; y escucho que los niños de remotos países murmuran al mirarme: «Mirad: Un extranjero...»

(José Ángel Buesa)

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