sábado, 6 de septiembre de 2014

Fotografías de las primeras rodadas

Le dice Fabián, un "niño bien" de la época, uno de los personajes más característicos de "Ceremonia de hombres solos", a Juan Alberto, un aristócrata venido a menos:

"Y ahora que Uriburu lo sacó a Yrigoyen, te podés quedar tranquilo. Si se hubiera quedado, hasta los obreros habrían terminado veraneando en Mar del Plata. ¿Te podés imaginar?"


De esto, es exactamente de lo que hablamos cuando hablamos de democracia. Y eso es precisamente lo que más les duele a los que la nombran para mentirla. Hoy que recordamos al "Peludo", es un buen día para tener claros los motivos de aquel, y de todos y cada uno de los golpes de estado que padecimos.


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El golpe que el 6 de septiembre de 1930 derrocaría al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen venía siendo anunciado mucho antes de que Leopoldo Lugones exaltara “la hora de la espada”. En ese discurso el prestigioso poeta llamaría al Ejército —“esa última aristocracia”— a tomar las riendas, y la conspiración sentaría precedentes que lamentablemente iban a hacer escuela en la Argentina.
Los golpistas del futuro aprendieron en el 30 que la cosa debía empezar con el desprestigio del gobierno y el sistema a través de una activa campaña de prensa; asimismo, lograr la adhesión y el auxilio económico de los grandes capitales nacionales y extranjeros a cambio de entregarles el manejo de la economía; rebajar los sueldos y pedir sacrificios a los asalariados que luego se traducirían en una hipotética prosperidad; las arengas debían ser fascistas pero el Ministerio de Economía sería entregado a un empresario o gerente liberal al que no le molestaran mucho los discursos y las actitudes autoritarias, a un liberal al que lo tuvieran sin cuidado el respeto a los derechos humanos y todos aquellos derechos impulsados justamente por el liberalismo.

Para que quede claro, un “liberal” argentino, en los términos de la genial definición de Alberdi: “Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte”.

6 de septiembre de 1930 - Crónica de un golpe anunciado.


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El 6 de septiembre de 1930, Hipólito Yrigoyen fue derrocado por un golpe cívico-militar, que se venía anunciando en los medios gráficos días antes. Por primera vez era interrumpido el orden constitucional en la Argentina, con una metodología que sentaría un precedente para los golpistas del futuro. Todo comenzó con una campaña de desprestigio en la prensa.

Medios gráficos en el primer golpe cívico-militar argentino.

Los días que precedieron al golpe, “Crítica” publicó una serie de artículos que remarcan errores del gobierno y exacerban las debilidades personales del presidente, manejando un fuerte grado de ambigüedad, donde se cambiaban drásticamente los matices y se acentuaba la polarización. Explícitamente se pedía la renuncia del presidente y se prometía la revolución política y moral que necesita la Argentina. Hicieron hincapié en lo endeble de una joven democracia y lograron poner en juego temas como el voto calificado o el papel civil que debía cumplir el ejército.

El 3 de setiembre de 1930 publica: IRIGOYEN SE NEGÓ A RENUNCIAR “El señor Irigoyen al negarse ha dado el golpe de gracia al desmoronamiento de su partido y provoca la bancarrota del país (…)¡Qué renuncie, pues! ¡Qué aproveche la ocasión que se le ofrece de servir patrióticamente a la República, renunciando a la presidencia y retirándose al piadoso olvido que lo salve de la execración colectiva!”


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En su proclama, Uriburu agradece “a la prensa seria del país el servicio que ha prestado…al mantener latente por una propaganda patriótica…el espíritu cívico y provocar la reacción popular contra los desmanes de sus gobernantes”.

Manifiesto de Uriburu del 6 de septiembre de 1930.

El 6 de septiembre de 1930, el presidente radical Hipólito Yrigoyen, quien había triunfado en elecciones libres con el mayor porcentaje de votos reunido hasta entonces, fue derrocado por un golpe cívico-militar, encabezado por el teniente general José Félix Uriburu. Por primera vez, desde 1853 se interrumpía el orden constitucional y comenzaba así la serie de seis golpes militares que trastornarían la vida institucional del país durante el siglo XX. En la última etapa de su gobierno, Yrigoyen se vio obligado a afrontar la crisis internacional disparada con la caída del Mercado de Valores de Nueva York, en 1929, y una furiosa campaña de la oposición interna. La prensa escrita fue uno de los pilares de esta campaña contra el gobierno constitucional. Uriburu ocuparía la Casa de Gobierno como presidente provisional de la Nación, iniciando una etapa conocida como “década infame”, en alusión al fraude electoral y los negociados de corrupción que caracterizaron el período.


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"La ley es tela de araña,
En mi inorancia lo explico;
No la tema el hombre rico,
Nunca la tema el que mande
Pues la ruempe el bicho grande
Y solo enrieda a los chicos."

Los negociados de la década infame.

El golpe de estado del general José Félix Uriburu, perpetrado el 6 de septiembre de 1930, inauguró un período de trece años en el que ocuparon la presidencia, gracias al fraude electoral, el general Agustín P. Justo, el radical alvearista Roberto Marcelino Ortiz y el conservador Castillo.

Esta etapa de nuestra historia, conocida popularmente como "la década infame", se caracterizó por la ausencia de la participación popular, la persecución a la oposición, la tortura a los detenidos políticos, la creciente dependencia de nuestro país y la proliferación de los negociados.




En la fotografía conserva para siempre el mismo rostro. Las fotografías son injustas, terriblemente limitadas, esclavas de un instante perpetuamente quieto. Una fotografía es como una estatua: copia del engaño, consuelo del tiempo.
(Jaime Sabines)

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